sábado, 17 de octubre de 2009

Qué es una montaña?



19 de agosto 2009, dijo el profe Gimenez: “Voy a responder lo mismo que Edmund Hillary cuando le preguntaron porqué había ascendido al Everest?: porque la montaña esta ahí". El profe Gimenez lo es de Educación Física, y junto a Pedro Nievas y otro grupo de amigos del Grupo de montaña de la escuela San José, hace 25 años que hacen cima en el cerro Champaquí. Este año, a través de la mediación de mi amigo Marcos Díaz y con el acompañamiento de otro grupo de amigos de Río Ceballos (el gringo Suarez, Marcelo Fassi, Nancy Ró, Heri Loza y Gabriela Toniotti), me embarqué en la aventura de ascenderlo por primera vez, en lo que se conoce como la travesía del indio Comechingón, que empieza en villa Alpina (Calamuchita) y concluye en San Javier (Traslasierra). Son más de 50 kilómetros de caminata y tres noches en carpa. Para hacer la travesía me prepare unos 20 días antes. Aunque la mente puede jugar a favor, siempre es necesario acompañarla con un poco de buen estado físico, factor que vengo descuidando desde hace un tiempo. Pero así y todo el compromiso estaba asumido con mis amigos y conmigo, claro está.


Viaje sin vuelta atrás


Cuando te bajás en villa Alpina, con una mochila que pesa unos 18 kilos y un camino que desconocés pero imaginás exigente, te preguntás por primera vez: qué hago acá? . Qué es una montaña? A tu alrededor mirás cómo tus acompañantes entran en calor y pelan sus equipos, bastones incluídos, y vos: humilde aspirante de mochilero, je. Los primeros pasos no parecen muy exigentes, el pinar, la primera cresta de montaña, la vista larga hacia abajo, el sol, las paradas. Pueden ser una o dos horas hasta que el cuerpo te empieza a tirar. Qué es una montaña?. Empezás a despojarte de ropa y a consumir el agua que te debe acompañar de manera indefectible. Me llevé el MP3 para escuchar música en el camino pero casi ni lo usé, concentrado como estaba en completar la primera y eterna etapa. Siempre tuve miedo de que me pudieran dar fuertes calambres, por eso llevé un juego de corchos para apretar con fuerza en las manos, me dijeron que con eso los evitaba. No puedo afirmar con solvencia que sea así, pero algo me ayudaron, aunque los calambres llegaron. Hasta llegar al puesto de Moisés la cosa parecía que iba bien. La partida hacia el refugio de doña Nena fue lo peor que viví en los últimos tiempos.


Empezar desde el puesto de Moisés ascendiendo un enfilado sendero recubierto de guano de cabras demanda un esfuerzo que hay que completarlo con calma. Como otros, fue lo que no hice. Al llegar al próximo filo de montaña el cansancio empieza a hacerse notar. Los grupos empiezan a separarse y vos que ibas cerca de los que encabezaban la delegación empezás a retrasarte. Tus amigos te tomaron distancia. Vas solo, mirás alrededor, cambias tu respiración, pensás: estoy acá, no me puedo volver y no sé todavía cuánto falta ni adonde debo llegar. Qué es una montaña?. En las masas de piedras te detenés una vez y otra. Los calambres se anuncian y pensas que no debés esforzarte para poder llegar, pero llega un punto en que no aguantás. Te dejás caer y tirás la mochila. En la vida, a veces te pasa lo mismo. Pero pocos minutos después te la volvés a calzar y reemprendés el viaje.


Mientras te reponés pasan a tu lado muchas personas. No te da envidia porque estás tan concentrado en tus limitaciones y posibilidades. Tu andar se hace más lento, y cuando creés que te quedas solo y sin fuerzas un amigo te está esperando en una tranquera porque notó que no venías. Se ofrece a acompañarte disminuyendo su marcha. En la vida suele pasar lo mismo, verdad? Hay un punto en que tus fuerzas flaquea, apretás los dientes y decís que no podés. Tu amigo se ofrece a cargar con tu mochila algún tramo para que recuperes fuerzas, y para que no detengas. Vienen muy pocos detrás y empezas a creer que te vas a quedar al último. Estás lejos de casa, lejos de villa Alpina, lejos del refugio, te das cuenta que no te podés volver, todo es para adelante. Qué es una montaña? Casi al frente del refugio de doña Nena me resbalo en el cauce de un pequeño arroyo, trastabillo con el peso de la mochila y me dan calambres hasta en las orejas, pará pará le grito a Marcos que me acompañaba. En la espera nos alcanza el Gato. Los tres retomamos el camino y en una pirca nos detenemos a fumar un hermoso faso. A los pocos minutos arribamos al refugio en el que ya estaban de hace rato los otros integrantes del grupo. Para sorpresa de algunos, averiado es cierto, llegué. Nos tocó una noche increíble, sin frío y con cielo limpio. Disfrutar las estrellas en esas condiciones al pie del Champaquí es un regalo, merece un trago, venga, me digo recostado en soledad, también le pego un mordiscón a un chocolate. El cansancio me quitó todo el hambre. A dormir en la carpa, porque al otro día vendrá el ascenso a la cima del Champa.

Camino a la meta

El amanecer es oscuro, está cubierto y la temperatura bajó varios grados, y hasta llovizna. El campamento empieza a movilizarse. Los guías miran hacia el cerro y esperan que se despeje un tanto para iniciar la marcha. De pronto la bruma empieza a despejarse y ultimamos los preparativos para iniciar el ascenso.


Mientras lo hacemos con los chicos de Río Ceballos nos sacamos fotos frente a la escuelita rural que funciona sólo cuatro meses al año. Con muy poco emprendemos la marcha para arribar a la cima. Extensiones de pedregales, el cruce del río Tabaquillo, pajonales, una cascada, la cueva de los 40 jinetes van acortando el camino y fijando imágenes inolvidables. Después de la cueva empieza una tremenda subida que pone a prueba la resistencia física. Piedras, y más piedras en subida interminable. Extenuado casi al límite me detengo en más de una oportunidad. Cuando reemprendo el camino alzo la vista y veo otra empinada cuesta, y otra. Me alcanza el Gato y para eludir alguna posibilidad de consuelo me dice: Lehmann, después de una gran subida viene otra gran subida. Qué es una montaña? El gran acarreo se llama una de las últimas cuestas que te demanda todo el oxígeno.


La vista hacia abajo es maravillosa, hacia arriba es intimidante. Estamos cerca, muchos ya hicieron cima. Me alcanza otro grupo de chicos que me ofrecen caramelos y pasas de uvas, me esperan. Tramamos un plan de avance para caminar de manera empinada cada 50 metros. Llegamos hasta un Cristo y desde ahí podemos ver la cima. Un esfuerzo más y llegamos. Arribo con los brazos en alto, conseguí el objetivo. Me abrazo con mis amigos, me emociono y trato de disfrutar una inmensidad que no es clara porque está neblinoso, pero por dentro estoy muy claro. Feliz, así estoy. Qué es una montaña. Permanecemos en el lugar mas o menos una hora y nos lanzamos al descenso que como dice Marcos es un “carnaval”, porque ya conquistamos la meta. De regreso nos cansamos de sacar fotos, conocer nueva gente y bromear todo el trayecto, cosas que en la subida no nos permitimos hacer, concentrados en el esfuerzo de llegar. El descanso es reparador en el refugio, aunque tuve que animarme a dar una ducha helada porque no soportaba la transpiración y el cansancio. Pero sereno. Al otro día el desafío era traspasar el valle de Calamuchita, otra jornada de esfuerzo.


Cruce de valles

Con cierto temor y desconfianza hacia mi resistencia inicio la marcha, con el peso de la mochila y algún síntoma de flaqueza en las piernas. En la primera parada pienso en volverme. La mirada de un amigo me obliga a rehusar esa posibilidad y darle para adelante. Otros caminantes empiezan a flaquear y yo sigo, parece inexplicable pero siento que tengo fuerzas suficientes y reservas. Me alejo del grupo mayoritario, hago algunos kilómetros en soledad y a buen paso. Casi sin darme cuenta ya estoy en el puesto del mítico “Marquitos” Dominguez.


Hace frío y hay viento. Con mis amigos los guías me meto en la cocina del lugar y escucho las anécdotas de innumerables viajes, mientras comparto unas exquisitas y calientes empanadas con un vinito. Es un lugar para quedarse pero está mitad de todo, y no se puede tentar la suerte si hay que seguir para algún lado. Sé que viene la cuesta de la Totora, uno de los tramos más exigentes de la travesía, por lo que trato de ser consciente y no excederme en el consumo.


Iniciamos el camino en fila. Un acompañante me dice que la cuesta es muy dura pero que no hay que mirarla mucho. Eso hago, camino lento, aprendo a manejar el peso y el paso, subo, subo y cuando me doy cuenta y miro hacia atrás me sorprendo de lo que estoy haciendo. Y subo más, controlo el aire, adelante preguntan por mí y cómo voy. No contesto porque voy bien. Y de pronto arribo al fin de la cuesta que divide a un valle del otro. A partir de allí todo es bajada hasta el puesto Ojos de agua, un refugio abandonado que se utiliza para dormir hasta emprender el último tramo. Tengo la suerte ver la puesta del sol desde una montaña que añado al recorrido ya hecho y pautado. El sitio está rodeado de enormes y hermosos tabaquillos que son un plus.


Afuera arman un clásico fogón campamentero, pero elijo irme a dormir porque estoy efectivamente cansado. Llega el último día, todo es bajada, lo más duro es el cementerio de lajas. Comenzamos atravesar vegetación de Traslasierra, tan parecida a la mía de las Sierras Chicas. Estamos muy alto y podemos ver como un charquito el dique La Viña en Villa Dolores, pasan cóndores y los senderos son muy pronunciados hacia abajo, pero ya no siento cansancio. Llegamos al río Los Hornillos y vamos hacia un camping en San Javier donde nos espera el colectivo que nos traerá de vuelta a casa y un asado, sí asado caliente, y gaseosa. Misión cumplida, nos sacamos las últimas fotos, me entregan el pin que acredita el cumplimiento de la travesía y siento verdadera emoción, agradezco. Nos subimos al bondi. Qué es una montaña? Una meta, un desafío, esfuerzo, amistad, amor propio, tenacidad, eso me respondo que es.