jueves, 24 de junio de 2010

La Calera: a 40 años del copamiento por Montoneros

La Calera, a 40 años del golpe de Montoneros

La predecible madrugada del primero de julio de 1970, además de un frío amanecer con más de cinco grados bajo cero no presagiaba mayores cambios en la rutina de la localidad. Sin embargo al filo de las siete informaciones cruzadas daban cuenta que un grupo comando estaba asaltando la sucursal del banco de Córdoba. En un principio todo fue confusión y nerviosismo. Corridas, gritos y disparos en pleno centro de la ciudad. A muy pocos metros de la sede del banco otro foco delictivo había tomado el edificio municipal y obligaba, bajo amenaza de pistolas y fusiles a los empleados a cantar la marcha Los muchachos peronistas. Simultáneamente pintaban consignas en el frente del municipio, y depositaban una caja negra que simulaba una bomba. Mientras eso ocurría otros comentarios referían que la subcomisaría en barrio 25 de mayo también había sido tomada, como el edificio de correo y telecomunicaciones, y la oficina de telégrafos.
El contexto en que se dio el copamiento estaba teñido por un duro reclamo de los trabajadores de IKA Renault y el prolongado conflicto estudiantil en las facultades de Arquitectura, Ciencias Exactas y Derecho. Además, un año atrás el Cordobazo había modificado las estructuras de las bases trabajadoras y sociales. El movimiento obrero en el centro del país tenía fuerza propia, y a su alrededor se gestaban columnas de resistencia contra el régimen de Onganía que afianzaban un clima agitado de militancia y protesta social. De ese riñón salieron los jóvenes de entre 22 y 24 años que comandaron el operativo de La Calera.

La elección del lugar
La elección de La Calera para efectuar la acción armada no fue adrede. Según cuenta, Cecilio Salguero, que participó como apoyo logístico del operativo, tenía que ver con la raigambre peronista del lugar: había sido el último foco de resistencia del peronismo durante la Revolución Libertadora. Además, la cercanía a la base del Regimiento de Infantería Aerotransportada de Córdoba, cuyo personal era incapaz de reaccionar con suficiente rapidez, fue deliberadamente calculada para afectar la moral del Ejército.
En la reconstrucción del hecho Luis Losada, que fue uno de los primeros heridos y detenidos en el operativo, recuerda que casi un año antes, el 3 de octubre de 1969 La Calera había vivido un casi perfecto clima de guerra: novecientos paracaidistas, se habían lanzado desde aviones Hércules C 130 y Douglas DC 3 para rodear la localidad, ante la posibilidad de que un grupo guerrillero pudiera actuar en la zona. El hecho del 1 de julio de 1970 desbarató esa presunción de invulnerabilidad.

La logística y el factor sorpresa
El copamiento general de la ciudad, en verdad debió concretarse una semana antes. Pero hubo una falla en la coordinación y se postergó. “El compañero que debía conducir uno de los autos tuvo un inconveniente, salió retrasado y redujo a un taxista al que encerró en el baúl. Por eso desistimos de continuar con la operación, existía mucho riesgo”, recuerda Losada. Una semana después el acto guerrillero se concretó. Empezó muy temprano en diferentes casas operativas de los alrededores para confluir en los accesos de La Calera.
Cecilio Salguero vivía en la ciudad y se encargó de la logística previa junto a su cuñado, Jorge Piotti. Un mes antes habían realizado un estudio del movimiento de los sitios claves, además de monitorear el tráfico vehicular, la rutina de los cuarteles, qué ruta era la más correcta para entrar, salir y por dónde se podía obstruir el camino con clavos miguelitos para evitar las persecuciones. Tenían que actuar rápido, con efectividad y por sorpresa.
A las siete, cuatro autos, un Fiat 1500, un Torino, una R4 y una camioneta, con cuatro integrantes cada uno ingresaron a La Calera provenientes de Villa Rivera Indarte y de Villa Allende. El más importante era el Torino que se había camuflado como patrullero y que se usó para tomar la subcomisaría.
El operativo comenzó cuando el agente Manuel Moyano y el subcomisario Eustaquio Larrahona que estaban en un jeep de custodia que controlaba la apertura del banco sintieron un fuerte impacto. Habían sido atropellados de atrás por una pickup Chevrolet que simuló quedarse sin frenos en la pendiente de la avenida San Martín. Sin posibilidad de reacción inmediata fueron rodeados por cuatro hombres y una mujer armados con ametralladoras y pistolas calibre 45 que los redujeron, los llevaron frente al municipio y los hicieron paran junto a los pilares de acceso. Mientras tanto otro de los asaltantes, que llevaba un brazalete celeste y blanco en que se leía Montoneros, se introdujo al edificio donde ya había gente trabajando. Desde adentro se comunicaba a través de walkie talkies con sus compañeros, a los que nombraba con apodos. En la oficina de telégrafos los atacantes redujeron a la encargada Blanca de Falavigna y al guardahilos Antonio Juárez, cortaron cables y destruyeron la central de comunicaciones.

A cantar la marcha peronista
En el caso de la comisaría y el banco los grupos, tras amenazar a los presentes con pistolas y fusiles, los obligaban a cantar la marcha de Los muchachos peronistas.
En el interior del banco los guerrilleros le ordenaron al gerente de entonces, Miguel Broca que abriera el tesoro de la entidad. “Este dinero se usará para la liberación argentina y saciar el hambre de los empleados de Smata”, explicaron. El botín fue de cuatro millones de pesos de la época.
A muchos les sorprendió el mecanismo con el que actuaba Montoneros, y el momento de exigir que cantaran era muy particular: “A la gente le teníamos que decir que hicieran algo bajo amenaza. Teníamos muchos nervios. Para nosotros era un conflicto empuñar un arma, pero si estábamos dispuestos a morir por la causa, debíamos estar dispuestos a matar”, refiere Losada.
Uno de los impactos más fuertes del copamiento se vivió en la subcomisaría del barrio 25 de mayo. En ese momento el oficial a cargo era Ramón Silvio Salvatierra. Era apenas un agente de 22 años el día en que se produjo el copamiento. “Estaba en la guardia junto al oficial Antonio Djanikián, cuando irrumpió una pareja a denunciar un suceso menor en la zona del viejo Matadero. Minutos después apareció un Torino camuflado como patrullero del que se bajaron cuatro personas. Cuando los veo llegar, por las insignias de sus uniformes, parecían oficiales con jerarquía, todos armados, con mucha actitud y muy buena presencia. Uno de ellos me saludó con la mano izquierda y me comunicó que venían a hacer un allanamiento en barrio La Isla”, describe Salvatierra. Inmediatamente los asaltantes desenfundaron sus armas, los obligaron a levantar las manos y los encerraron en la celda. Según Salvatierra, no hubo violencia: “Pintaron, revolvieron papeles, hicieron algunos destrozos y nos dijeron que si queríamos salvar nuestras vidas, teníamos que cantar la marcha peronista. Dentro del susto, fue muy divertido verlo cantar a Djanikián que era muy radical, y la entonaba mejor que el propio Hugo del Carril”, agrega con simpatía a 40 años de distancia del tenso momento que le tocó vivir.

Fuga y tiroteo
Entretanto en el banco hubo un tiroteo con un policía de civil, Manuel Arguello, pero el comando que actuaba en el lugar logró escapar. En la sede municipal, había quedado reducido el comisario Eustaquio Larrahona que observaba atónito como los Montoneros pintaban con aerosol las leyendas: ‘Perón o muerte, Montoneros’ y consignas que reivindicaban a la organización rebelde y otras agrupaciones como Uturuncos, general San Martín y Eva Perón, colocaban una caja negra simulando una bomba y tiraban panfletos con una proclama que era rápidamente recogida por los curiosos. El operativo general duró menos de una hora. Durante ese lapso la vecindad siguió boquiabierta y con curiosidad los acontecimientos. Cuando los periodistas cordobeses llegaron al lugar los vecinos les preguntaban si estaba ocurriendo lo mismo en el resto de la Provincia porque la acción guerrillera los había dejado incomunicados.
Después de la agitada operación, todos los autos se retiraron hacia Saldán y dos activistas, Losada y Fierro, se bajaron en villa Rivera Indarte para esconderse en una vivienda que estaba en la calle Monte de los Gauchos. Allí se produjo un intercambio de disparos y los detuvieron. “Al general Jorge Carcagno que fue el que recuperó la ciudad le avisó lo que ocurría un policía que llegó corriendo al cuartel y regresó con dos camiones repletos de soldados. Losada, que resultó herido en esa refriega, recuerda cómo fue su detención: “En la huida se rompió un Fiat 1500 que no era el nuestro y tuvimos que modificar los planes sobre la marcha. Al primer auto que vimos pasar obligamos a bajar al conductor y nos fugamos”. En ese trayecto y por instinto o sospecha Losada decidió que debían bajarse 100 metros antes de otra casa operativa que tenían en villa Belgrano. No sabía que el auto estaba marcado por algunos vecinos que pasaron el dato a la Policía. Con Fierro bajaron sus pesados bolsos recargados con armamento. Fue en ese momento que apareció una F100 con tres personas y les preguntaron por un domicilio de Villa Allende. “Después de darles las indicaciones, me agaché para alzar los bolsos y siento un “crack” de la puerta del acompañante que se abre. Fierro ya estaba golpeado, y un tipo se apoyó en el capot y me apuntó. Teníamos la consigna de no entregarnos vivos, entonces me tiré a un costado para desempuñar un arma y sentí que me disparaba, pero en vez de apuntarme al pecho me tiró para herirme” añade en su relato Losada. El efecto del disparo le hizo perder por segundos la conciencia. Luego los pusieron uno sobre el otro. “En ese momento pensé que me moría porque tenía un balazo a la altura del hígado, y veía que perdía mucha sangre. No sabía que la bala había patinado en una costilla y salido por atrás. A él lo trasbordaron por el camino y a mí me llevaron a La Calera, después al Hospital Militar donde me curaron, y luego a la Federal con otros detenidos donde me torturaron con picana eléctrica” concluyó su testimonio Losada, que mientras era trasladado gritaba desencajado y sin pausa viva Perón.
Recuperada la ciudad por las fuerzas militares desplegaron el operativo de desactivación de la presunta bomba depositada en el parque de la Municipalidad. La caja tenía unos 50 centímetros de cada lado. Se presumía un infernal artefacto destructivo. Con suavidad se lo llevó a un sitio alejado y allí se lo abrió. Para sorpresa del oficial encargado de la tarea y de los curiosos que lo rodeaban, se comprobó que contenía un grabador, que al ponerlo en funcionamiento reprodujo la marcha Los muchachos peronistas.

Detenido y bajo tortura, Fierro reveló la dirección de la principal casa operativa en barrio Los Naranjos.
Allí, en horas de la siesta del mismo día se produjo un allanamiento y hubo un tiroteo en el que resultaron capturados Ignacio Vélez, Emilio Maza, y el resto del comando. En la vivienda la policía encontró un fichero con una lista de colaboradores escritas en clave, que fue descifrada con facilidad y una autorización para manejar un Renault 4 otorgada por Norma Arrostito a favor de Emilio Maza. Según las pericias, el documento se había confeccionado con la misma máquina de escribir con que se tipiaron los comunicados del secuestro de Aramburu. De esa manera, las fuerzas de seguridad dieron con una pista certera para descubrir a la célula porteña del grupo fundador de Montoneros.
A raíz de esos operativos resultaron detenidos prácticamente todos los integrantes del copamiento: José María Breganti, Felipe Nicolás Defrancesco, Luis Lozada, Ignacio Vélez Carreras, Cristina Liprandi de Velez, Emilio Maza, Juan Carlos Sorati Martínez, Heber AIbornoz y José Antonio Fierro. De esos nueve detenidos resultaron heridos Losada, Vélez Carreras y Emilio Maza que falleció una semana después en el hospital San Roque. Ese error, que los integrantes no debían conocer el nombre ni las casas operativas para evitar que los obligaran a delatar si eran detenidos, desnudó la falta de extrema organización que demandaba la arriesgada operación.

Los largos meses en cárcel les permitieron a los militantes continuar con el análisis social y político de la época. De allí surgió la reflexión autocrítica del Documento Verde en donde declararon claras diferencias con la conducción foquista que encabezaba Mario Firmenich. A partir de entonces afianzaron su participación en la fuerza guerrillera a través de la columna Sabino Navarro que tenía lazos más afines con el sector de los curas obreros y la militancia social. “Ese foquismo pretendió imprimir desde afuera y desde arriba de las masas una metodología de lucha suponiendo idealmente que iba a influir directamente. Entendíamos a esa vanguardia en términos militares más que políticos”, reflexionaron los detenidos que fueron liberados en 25 de mayo de 1973.

A 40 años de ese suceso que conmovió al país, la memoria de los calerenses lo retiene como un hecho ajeno e inesperado que encontró rasgos de simpatía en el osado accionar de esos jóvenes que reivindicaban la figura de Perón y eligieron la opción de la lucha armada para conseguir su regreso. Sin embargo al tratar de reconstruir el operativo muy pocas cosas parecen tenerlo fijado en el acerbo cotidiano de la población. La ex comisaría es una ruina abandonada, el ex correo es una vivienda de familia, la ex central de telégrafo se convirtió en una tradicional carnicería, en donde funcionaba el banco hay un supermercado chino, y la Municipalidad no conserva ningún vestigio de los intensos minutos que se vivieron en su patio y en su interior.


PROCLAMA DISTRIBUIDA EN LA CIUDAD EL DIA DE LA TOMA
Compañeros: los hombres y mujeres que componemos los Montoneros, brazo armado del movimiento peronista, hemos asestado un golpe a la oligarquía gorila, ocupando militarmente la localidad de La Calera y recuperando armas y dinero, que serán destinados a la lucha por construir una Nación Libre, Justa y Soberana. Lo hemos hecho para demostrar nuestra solidaridad combativa con el Pueblo Peronista, que ha ganado la calle, que pelea desde las fábricas, en defensa de legítimas aspiraciones y derechos y como repudio ala farsa gobernante de turno. Los Montoneros prevenimos al pueblo de Córdoba contra las maniobras de los gorilas que dentro y fuera del gobierno quieren embarcarnos en un nuevo fraude electoral, en el que no podamos votar por Peron acompañados de algunos tránsfugas de siempre, que se dicen dirigentes peronistas y que repudian la resistencia armada del pueblo y que quieren elecciones porque saben entonces que el queso será más grande. El pueblo debe unirse, sin partidismos sectarios, en torno a las banderas intransigentes de la resistencia, buscando prepararse, organizarse, armarse y que sepan los traidores, los vendidos, los torturadores, los enemigos de la clase obrera, que el pueblo ya no recibirá solamente los golpes, porque ahora esta dispuesto a devolverlos y golpear donde duela. Solo peleando conseguiremos recuperar lo nuestro. Los Montoneros llamamos a la resistencia armada por una Patria Libre, Justa y Soberana. Con Peron en la Patria. PERON O MUERTE. MONTONEROS.