jueves, 16 de enero de 2014

Río Seco, el pago de Lugones

El sol norteño, ése que enceguece y recalienta el ambiente me recibe en este lugar. Pocos minutos antes de las nueve, me encontraba en Santa Elena, camino a Cerro Colorado. Era un sábado de noviembre. Algo me inclinó a conocer Villa de María del Río Seco, un lugar del norte cordobés que tenía pendiente. Un sitio por el que pasó Jerónimo Luis de Cabrera antes de fundar Córdoba, al que denominó Quillovil, con el fin de demarcar a Córdoba con Santiago del Estero. Pero mi atención en particular era acercarme al aura de la figura de Leopoldo Lugones, aquel excelso poeta con tuvo devaneos ideológicos que lo terminaron llevando al suicidio en febrero de 1938 en un hotel de Tigre en Buenos Aires, y seguí derecho por la ruta 9 norte. Ese escritor que nació en este recóndito lugar, extremo del norte cordobés, llegó a Buenos Aires y se convirtió en una de las plumas más importantes de nuestra historia, codeándose con Rubén Darío y admirado por Jorge Luis Borges, sí Borges, el del Aleph, quien le dedicó un poema y prologó esa obra maravillosa obra que es Romances del Río Seco. Está claro que tiene muchas otras, quizás mejores, pero estamos en Villa María del Río Seco. En su casa museo hay documentos realmente valiosos, está bien atendido, con horarios amplios, y cuidado y limpieza en las instalaciones, como en el resto del casco céntrico del pequeño poblado. Pero no sólo tiene encanto, atracción y misterio la casa donde nació en 1874, y que hoy es museo provincial.
Río Seco también es la iglesia principal, la plaza del pueblo, el museo Manuel Ulla, en donde se exhiben distintas colecciones sobre arqueología y trabajos relacionados a las pictografías de Cerro Colorado, y el cerro del Romero que atesora una extraña ermita en donde se venera la virgen del Rosario, patrona del lugar, a quien los devotos denominan "La Cautivita".
A propósito de ella, Lugones escribió que hubo en 1747 un atroz malón de indios abipones. Tras la acometida, los invasores se llevaron la imagen, que luego fue restituida a su altar por los propios lugareños, cruenta lucha contra los aborígenes mediante. También acoge al mausoleo de Lugones. En verdad desde la breve cima del cerro se puede apreciar una vista encantadora. Sentís que el valle te rodea y que te envuelve. Lo sentís en los colores, en la brisa del aire, en la imaginación que podes formarte por todo lo que por ahí pasó.
Lo vi de mañana, los atardeceres deben ser formidables, y las noches incomparables por los desniveles que se dibujan en toda la circunferencia del paisaje. Lo subí por una ladera, en donde un perro lugareño me enseño que el estrés allí nunca llegará, que no tiene lugar. Al bajarlo me topé con una especie de monumento que recuerda que allí fue expuesta la cabeza del caudillo santafecino, Francisco “Pancho” Ramírez, ejecutado a pocos kilómetros en Chañar Viejo en 1821, por fuerzas santafesinas y cordobesas que lo venían persiguiendo después de su derrota en Fraile Muerto Para agregar encanto a esa historia (hoy la calificaríamos de cruel, pero casi dos siglos después quién puede juzgar las conductas y decisiones de esa época); hay que decir que Ramírez escapaba tratando de recuperar a su amada Delfina, capturada por Estanislao López. Ahí estaba yo, en el sitio donde los ejecutores decidieron mostrar la cabeza de aquel caudillo. Cuánta historia, cuánto paisaje, cuánto interior, cuánta identidad, cuánto calor también. Fue Lugones, además, quien en marzo de 1903 escribió una crónica en el diario La Nación sobre las pictografías del Cerro Colorado, descubiertas por Luis Brackebush en 1875, durante la presidencia de Sarmiento. Un motivo más para volver a visitar ese continente inacabable de historia y cultura que es el Norte Cordobés. En agenda están San Francisco del Chañar y la posta Las Piedritas, donde fue capturado el virrey Liniers. Me voy a descansar con otra postal de esos caminos y su gente, con otra alegría de ser un privilegiado por conocer estos lugares.