sábado, 30 de junio de 2012

Tulumba, a las once

Por el lado en que le entres a la ruta, resulta anodina. A mitad de camino entre Deán Funes y San José de la Dormida, por la ruta 9 norte, Tulumba empieza a mostrar su belleza inconmensurable a pocos kilómetros de su ingreso; antes es pavimento, llanura y lomas bajas que se confunden con el común del camino del norte cordobés. En sus entrañas se halla el esplendor de la zona. Un desvío de casi 90 grados en desnivel te hace ingresar a su poblado. En bajada ya sentís que estás en un lugar completamente distinto. Un mantenido empedrado histórico te recibirá, algunas casas viejas a los costados en donde las gallinas duermen en autos abandonados te transportan a un tiempo que si viviste no recordás, y que si no, nunca entenderás.
Casonas señoriales, la plaza, la iglesia principal, la calle Real, las luminarias de época. Tulumba declarada villa en 1803, fue una las primeras tierras que pisaron los conquistadores en el 1500. Los nativos del lugar tienen la cara de la villa: gestos antiguos, profundos, atentos, generosos, predispuestos. A quienes nos gusta mirar, relacionar y valorar la historia, encontramos en este lugar una auténtica veta prolífica.
El primer paso por la calle Real inevitablemente remonta a las lecturas de las historias del hijo del hijo de Jerónimo Luis, los Reinafé, fray Mamerto Esquiú, los indios sanavirones y comechingones, granaderos, combatientes de Malvinas y los actuales pobladores que pugnan por convertirla en una localidad vivible.
La recuperación del Camino Real permitió la instalación en el lugar de un centro de interpretación que resulta útil para comprender la ubicación en que uno se encuentra, aunque no la profundidad del suelo está pisando. Después de descansar de la primera jornada en una habitación para turistas, el ejercicio es caminar las calles interiores en donde se amontonan viejas edificaciones de la edad colonial que aún conservan la impronta de una época en que todo se hacía a caballo, a carreta, y de manera muy pausada.
Una caminata hacia el cristo del poblado permite observar desde una altura mediana la belleza de un valle inesperado por lo árido que parece el territorio.
De mañana, bien temprano, caminar por la vera del arroyo que alguna vez debe haber sido caudaloso también remonta a morteros, cuevas, encuentros bajo los sauces, y senderos húmedos plagados de anhelos e ilusiones inconclusas. 200 años después, Tulumba es escenario de novelas históricas y románticas de escritoras consagradas. Los paisanos del bar de enfrente de la iglesia son toda una postal del lugar: llegan en autos prehistóricos, visten camperas desusadas, pantalones sucios, calzado gastado. Saben pedir exactamente el trago tradicional al que paladean con la experiencia de los ciertos; y se toman un tiempo inmemorial para disfrutarlo.
Por la noche Tulumba no descansa; hay peñas en el local del CCI, reuniones en el bar de la nueva terminal, guitarreadas en los comedores, apuestas clandestinas en un local de bailes, discusiones cuchilleras en algún almacén que atiende de sol a sol. A la mañana temprano sólo prevalece el olor de las panaderías y algún almacén. Es frío el despertar en Tulumba, sereno también, y solitario; muy solitario. Ser turista en esta población del norte cordobés es una condición privilegiada porque son pocos, y especialmente considerados y atendidos. Eso sí, a la villa hay que llegar o levantarse después de las 11, porque el reloj histórico del lugar recién se enciende a esa hora.
Antes, todo es historia, identidad, pausa, reflexión, paz interior; armonía, aunque para los visitantes ocasionales que estamos de paso. El infierno, para los residentes, también persiste allí. Tulumba 2012.

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