lunes, 26 de noviembre de 2012

El Pantano, el festival en que se comparte la alegría

A seis kilómetros del Cerro Colorado en dirección a Caminiaga, asoma el paraje El Pantano, un muy pequeño caserío con todas las características de esos lugares donde prevalecen los ranchos, las taperas, y ese bosque tan exclusivo del norte cordobés. Grandes algarrobos, matas, palmas carandí, talas, espinillos y otras especies propias del lugar, adornan un camino de tierra que por algunos tramos es atravesado por los arroyos El Pantano, que luego se convierte en Los Tártagos y llega con manso caudal al cerro. En ese mismo lugar que atesora historias de campo y paisanada, todos los fines de semana del día de la Tradición, se desarrolla uno de los festivales más particulares y acogedores del país: el de El Pantano.
“Esta fiesta surgió de repente hace 13 años. Fue algo muy rápido, y a partir de una hermosa amistad con una maestra santafesina que conoció el lugar y luego volvió con sus alumnos, algunos padres y amigos. Se armó una gran reunión que se viene repitiendo todos los años con mucha más gente que llega de todo el país”, me cuenta, Ramón Bustos, el dueño del lugar en donde se desarrolla el festejo. Ramón sufre de mal de Parkinson, sin embargo nada le impidió salir adelante, y ser el espíritu y el esfuerzo de este festival.
“Aprovecho estos encuentros para reafirmar que la amistad es algo fundamental, y medicina para muchas cosas. Aquí nos reencontramos con las cosas simples de la vida”, añade Ramón, emocionado mientras cuenta y mira todo lo que sucede a su alrededor. Me agrega que El Pantano era el nombre de una de las viejas casas del lugar. El rancho de Ramón es conocido como el Puesto de los Bustos, y allí funcionó el boliche La Serranita, que Atahualpa Yupanqui retrató para la eternidad. Por el cerro de las cañas, Iba cantando un paisano, Despacito y cuesta arriba, Y en dirección del pantano. Cuando dio con el carril, Divisó una lucecita, Está de fiesta el boliche, Que llaman La Serranita. Lindo es ver fletes atados, Con la lonja palenquera, Y sentir una guitarra, Tocando la chacarera. Chacarera del pantano, Que me despierta un querer, Los paisanos zapateando, Mi caballo sin comer. Un criollo miraba al campo, Pidiendo al cielo que llueva, Y se queda mosqueteando, Como vizcacha en la cueva. Sirva vino doña Rocha, Sirva otra vuelta patrona, Ya se siente el olorcito, Del asau de cabrillona. Sirva vino doña Rocha, No me lo quiera cobrar, Con gatos y chacareras, Se lo hei saber pagar. Hoy, en ese lugar se monta el singular encuentro con la instalación de una gran carpa en donde se comparte la comida, charlas, presentaciones de libros, y la vida fluye en las costumbres sencillas que la mayoría de los asistentes perdemos en nuestros lugares de origen o de trabajo.
Afuera artesanos y productores dan forma a una improvisada feria, las familias se instalan en sus carpas y muchos llegan en casas rodantes durante los dos días que dura el festival. Los niños corren, juegan, se reconocen. Los grandes aspiramos ese aire con la seguridad de que es absolutamente sano. En el pequeñito ranchito original de piedra, adobe y paja se ofrece una muestra de fotos y objetos de los antiguos pobladores del caserío. En las lomas que rodean el lugar flamean las banderas de Argentina y de los Pueblos originarios, no en vano es esa elección. “El boliche La Serranita era el lugar de distensión de don Atahualpa en donde se juntaba con la paisanada. Acá se armaban las guitarreadas y los gauchos hacían el asado de cabrillona, una costumbre que en este festival tratamos de recuperar”. Por el escenario natural que se montó en una de las lomas desfilan artistas de la zona, casi todos desconocidos. El espíritu es reunir a la gente, compartir la amistad y reencontrarse con las raíces originarias de nuestros pueblos antiguos. No se trata de un festival que procura atraer a multitudes con artistas famosos, es todo lo contrario.
El nombre que le pusieron al escenario, es también toda una declaración de principios: El Aromo. “Nadie sabe cómo sufre este arbolito en sus raíces, pero hace flores de sus penas”, me revela Ramón, que también vive sus días de esa manera. “Hay que estar un poco loco para armar esta fiesta y venir desde muy lejos para pasar dos días con el rigor del frío y ninguna comodidad, pero hay muchos locos que compartimos este hermoso sueño. Creo que el secreto es comprender que la alegría si no es compartida, no es alegría”
Un amigo que hice en el lugar, después de contarme algunos secretos de las tradiciones que se comparten me dijo: Vas a poder decir que estuviste en El Pantano, como quien sabe con certeza que asistió a un hecho maravilloso.

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