domingo, 1 de marzo de 2015

EL DESPRENDIMIENTO DE LAS RAICES

REFLEXION. A 2 semanas de la trágica tormenta EL DESPRENDIMIENTO DE LAS RAICES
El domingo 15 de febrero a la siesta, después de almorzar, salí al patio de mi casa para atender una llamada del diario y mientras hablaba, escuchaba el ruido potente del arroyo que pasa por la costanera, en Río Ceballos. Terminé la llamada y bajé a ver lo que pasaba, y por primera vez sentí el estremecimiento que aún hoy, 1 de marzo, me sobresalta cada vez que recorro los lugares y las caras con gestos arrasados. El ruido fue lo que más me llamó la atención, y no lo olvidaré. Después fue ver la destrucción, la desesperación, el desconcierto, la angustia, impotencia. La noticia de los primeros muertos comunicada con fría naturalidad y a velocidad de rayo. Como el resto, bomberos, defensa civil, municipales, policías, actuaba con desconcierto ante un hecho del que no teníamos la menor idea de la dimensión que representó. La noche del domingo tampoco la voy a olvidar. Las calles cortadas y oscuras, los puentes destruidos, máquinas descontroladas intentando reparar algo, agua y barro por todos lados, y miedo, mucho miedo. Gente temerosa que, en el centro, no sabía ni podía imaginar lo que estaba pasando en Ñú Porá y barrio Loza, o en La Quebrada y Los Manantiales; y en el resto de las localidades vecinas. Incomunicados en la expresión más extrema. Siguió lloviendo parte de la noche, y el lunes amaneció semidespejado, con algo de sol. Camino a la radio comencé a confirmar el temor con el que me había ido a dormir: la postal tremenda que podía llegar a imaginar y que anhelaba sólo fuera otra pesadilla de las que a veces abruman. Pero no fue así, era la realidad. La avenida San Martín copada por camiones del Ejército y Gendarmería, autobombas de bomberos, el municipio convertido en un cuartel de operaciones. Desde la radio empezamos a confeccionar el mapa del desastre con descripciones que nos hacían los oyentes, mientras escuchábamos afuera las sirenas, helicópteros, y muchos camiones que empezaban a llegar con mercadería para los centros de evacuados. Y después, más o menos lo mismo que ustedes conocen. Los destrozos irreparables, las pérdidas económicas, los nueve muertos, la solidaridad, la falta de agua, la urgencia, el manejo del dique La Quebrada, el miedo a las crecientes porque no para de precipitar, el récord de lluvias, las historias rotas en cada esquina, el cambio de la geografía que nos daba identidad, las polémicas que vendrán mientras nos damos a la reconstrucción y todo lo que trae aparejado un escenario de post destrucción de una zona como la nuestra. Pero, el ruido fue lo que más me llamó la atención, y no lo olvidaré. Acaso encontré una explicación cuando hablé con Carmen Peñaloza, una vecina de Cerro Azul, que junto a su familia quedaron aisladas en el lugar. “Nunca vi algo así en mi vida. El río que era una hermosura, cambio totalmente su cauce. Los árboles caían como si fueran yuyos y era estremecedor el ruido del desprendimiento de las raíces. No dan ganas ni de salir a mirar”. En las palabras de esta mujer empiezo a comprender la tragedia desde mi forma de sentir: “estremecedor el ruido del desprendimiento de las raíces”.

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